Hace varias décadas que se instaló en nuestro país el fenómeno de la revolución digital y, en los últimos años niños, niñas y adolescentes son parte activa de este fenómeno, sumergiéndose cada vez más en el mundo de la tecnología.

Frente a esta situación, que crece de manera exponencial, vale la pena preguntarse: si niños y niñas en la virtualidad encuentran conocimiento y acceden a información a través de diversas plataformas, ¿qué papel juega la educación escolar en el proceso de aprendizaje?  ¿es necesario asistir a clases si todo lo que nuestros niños y niñas necesitan saber está a un click? A estas interrogantes nos sobrevienen múltiples respuestas que se entrelazan, lo cierto es que en el aula, así como en otros escenarios educativos, lo esencial no debe pasar por la tecnología, sino por el cerebro que la utiliza y es el docente quien debe ser capacitado en su nuevo rol, transformándose en un gestor de clases inspiradoras.

La transmisión de contenidos es algo que los computadores y celulares realizan de excelente manera, sin embargo, hay tareas que los alumnos no pueden hacer solos en su casa cuando están frente al computador y en las que resulta imprescindible el acompañamiento de un adulto que intencione y eduque la emocionalidad, que favorezca meta-reflexiones y que evalúe adecuadamente la maduración de competencias. En el celular podemos encontrar toda la información necesaria respecto de un tema, podemos leer e instruirnos muchísimo, pero el verdadero aprendizaje solo se consolida en la confrontación y el desafío que nos ofrece el grupo.

Las investigaciones nos muestran que el cerebro es un órgano esencialmente social, la inteligencia se construye de manera colectiva, por lo tanto, las interacciones sociales son fundamentales. Es el grupo el que desafía nuestra imaginación, nos muestra errores y otros puntos de vista que solos no somos capaces de ver.

Esta oportunidad de interacción social la encontramos en la escuela y se construye de la mano con el docente y el grupo. Crear climas de aprendizaje afectivo con y entre el alumnado debe ser la piedra angular de la educación de hoy, ya que allí se desarrollan las competencias emocionales. Sin su adecuado desarrollo, las posibilidades de fracaso en distintos contextos de trabajo durante el transcurso de la vida aumentan, más allá del nivel de instrucción que el individuo posea en una determinada disciplina.